Una tormenta accidental
UNA TORMENTA ACCIDENTAL
Sería fantástico si el relato tuviese la ficción como protagonista, pero lamentablemente no es el caso.
En la tarde/noche del 18 de diciembre de 2017, ya pasada la tormenta que atacó la ciudad, volvíamos para casa con mis viejos, mis hermanos y Justo, que ese día tuvo la suerte, o la desgracia de venir a dormir a casa. Entrando al barrio, entendimos que la tormenta había generado destrozos en el patio de casa. Una mesa de madera y sus bancos habían volado por todo el pasto llegando a la pileta. Entonces intentamos recuperar algunas cosas mientras seguía lloviendo bastante fuerte. Guardamos alguna que otra cosa y como era tarde dijimos que a la mañana siguiente seguíamos con eso.
Siendo las 10:30 del 19, tras una extensa pero no por eso menos entretenida noche de FIFA con Justo, se levanta mi viejo pidiéndonos ayuda para juntar el resto de los destrozos. Tomamos dos mates y mientras mi vieja barría el living nosotros fuimos con mi viejo. Después de un rato dice mi viejo que iba a correr el auto un poco para atrás para poder mover una mesa. No hacia falta siquiera encender el auto, empujarlo en punto muerto sin el freno de mano era suficiente. Pero cuando agarró las llaves no tuve mejor idea que decirle:
-Dejá que lo corro yo
Mientras esas palabras salían de mi boca, yo agarraba esas benditas llaves y me subía al Cruze LTZ modelo 2012, estacionado en el garage de mi casa, dejando a mi viejo sin poder de reacción alguna. No está demás aclarar que yo jamás en mi vida me había subido al volante de un auto, ni para correrlo un metro como en ese caso.
El auto ya estaba en reversa, con el freno de mano y apagado. Una vez que saque el freno de mano, todo como un acto automatizado y por inercia, con el pie en el embrague, sin intención alguna, aprieto el botón de encendido del auto, y del cagaso que me pegue apreté a fondo el acelerador. Mientras cruzaba todo mi patio, completamente inmovilizado, agarrado fuerte del volante y sin chance alguna de moverme, terminé llevándome puesto el portón de mi casa, y por más increíble que suene, el escritorio de la casa de mi vecino de enfrente.
Estaba totalmente en shock y asustado, como cualquier niño de 12 años en esa situación y encima, seguía apretando el acelerador una vez estrolado en la casa, pero sin seguir retrocediendo. Lo empecé a ver y a escuchar a mi viejo gritando:
-Frená, Frená, y recién ahí solté el acelerador. Pasaron unos minutos y entre un vecino y mi viejo me ayudaron a salir por la ventana del lado del acompañante, y cuando salí no pude hacer otra cosa que arrodillarme en el pasto a ver la cagada que me había mandado. Luego de que el vecino y mi viejo me manden a mi casa, fui con mi vieja que me abrazó como nunca fijándose si estaba bien. No me quiero olvidar de Justo, que me acompañó las 4 horas que estuve encerrado en mi cuarto sin querer ni siquiera asomar la cabeza por la ventana o levantar la cortina que daba exactamente a donde estaba el auto estrellado.
Más tarde mi viejo me tranquilizó, que lejísimos del gran reto que me esperaba, se hizo responsable por no haberme frenado cuando pudo, más allá de que no le di chance.
Volviendo al principio, me encantaría decirles que esta historia es ficticia y no está basada en hechos reales, pero no será el caso.
Las cuestiones legales, las burlas y el descanso que me persiguió hasta hace algún tiempo en el secundario, serán temas para otra historia.
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